Los hoy defensores del caimán sinuano eran sus más temibles cazadores
Por: Tadeo Martínez
Esta es una historia con final feliz. Entre 12.000 hectáreas de mangle hay una comunidad ejemplar. Después de poner en vías de extinción a una especie animal decidieron protegerlo y ahora reciben el aplauso de todos.
Durante años cazaron al caimán como forma de vida. Ya fuera para vender su piel a espontáneos y a traficantes furtivos o también como parte de la dieta alimentaria de los habitantes del Bajo Sinú en los municipios de Lorica, San Antero y San Bernardo del Viento. Pero esa cacería tradicional del cocodrilo o caimán aguja, típica entre algunos habitantes de estos municipios en los últimos veinte años se convirtió en una persecución sistemática que puso en riesgo su conservación.
En Montería había un comprador a quien identifican con el nombre de ‘Pacho’ Serna, quien compraba las pieles en el mercado y a su vez éste los vendía en Barranquilla. Un caimán de dos o tres metros, podía venderse en doscientos mil pesos.
Cuando aparecieron los zoocriaderos de babillas y caimanes con fines de exportar la piel a mercados europeos y asiáticos, la demanda aumentó. Entonces los cazadores tradicionales se convirtieron en cazadores profesionales, eso fue a comienzos de los años 90 y les pagaban cada pieza viva en 400 mil pesos, si era hembra la pagaban mejor.
Lascario Díaz Martínez, tiene 58 años, cazó su primer caimán con un hermano en el Alto Sinú, después se fue a San Antero y durante casi diez años cazó cocodrilos, pero hoy forma parte de una asociación de 16 excazadores, conocida como Asocaimán. Cazaban en pareja, con arpón y anzuelo para no matarlos, pues como la piel es muy gruesa no lo maltrataban. La captura se producía tras varias horas de forcejeo, el animal se cansaba y se rendía.
Cacería a las hembras
Después de varios años de estar cazando las hembras, los cazadores se dieron cuenta que estaban perdiendo, pues la población disminuía y comenzaron a protegerlas, hicieron camas dentro de los caños en el bosque manglar para que tuvieran donde poner los huevos y comenzaron a negociar con los zoocriaderos las posturas o las crías pequeñas, pero dejaban que un porcentaje creciera.
Los meses de postura son entre enero y marzo y la eclosión se da entre los 70 y 90 días. Los cazadores salían todos los días, el que más temprano saliera recogía más. Había otras ocho parejas de cazadores que se disputaban inicialmente los caimanes y después los huevos. Sin embargo, había unos depredadores a los que no les importaba cazar en cualquier momento al cocodrilo hembra o macho para venderlo a los zoocriadores que habían aumentado el precio por cada hembra cazada.
José Gabriel Pache Pérez, san anterano, de 54 años, comenzó a cazar cocodrilos con Habib Blanquiceth en la Bahía de Cispata, adonde llegaban unos intermediarios comprando cocodrilos. Los intermediarios les pedían parentales que estuvieran en edad de reproducción, hembra o macho. ‘La caza, dice, no es difícil, porque el arpón sólo atraviesa la piel y generalmente los capturaban por la cola o la pata. Al igual que Lascario también comenzó a darse cuenta que la población de caimanes estaba descendiendo.
Fue cuando comenzaron a construir las áreas de anidación en una zona conocida como Caño Salado, eso fue más o menos en el 2000 y entonces sólo recolectaban los huevos. Después recogían los huevos y los enterraban para recoger una parte de los neonatos.
Esa decisión fue empírica e intuitiva, pensaron que si dejaban libre a un buen porcentaje de neonatos, el negocio tendría sostenibilidad, a pesar de que a un buen número de cazadores depredadores no les importaba sino cazar sin tener en cuenta si se acababan los caimanes.
La hora de la muerte
En la época de cacería el que más madrugara a los nidos, más capturaba. Nelson Rosales, actual presidente de la Asocaimán, empezó con dos compañeros, uno de los cuales es conocido como el depredador más grande, capturaba desde iguanas. "En esa época, nos íbamos por el caño Soldado, donde estaban unas camaroneras. Nos íbamos desde las seis de la tarde, esperábamos emboscados a que el caimán subiera a la barranca a poner los huevos, sino subía le prendían candela a la barranca para que los otros cazadores no los cogieran. De ahí salíamos a la ciénaga, donde cogíamos patos y aves de toda clase. Siempre llegaban intermediarios", aseguró Rosales.
Pero en el año 2005 conocieron a Giovanni y Clara Villa, una pareja de biólogos de la Corporación para los Valles del Sinú y San Jorge (CVS), quienes venían trabajando en un proyecto para el ordenamiento de los manglares de Córdoba, precisamente para evitar la deforestación del bosque por la explotación indiscriminada de madera. Los Villa les hablaban de las bondades del manglar como el ecosistema más productivo del planeta, que si lo acababan, desaparecía la pesca.
En la desembocadura del río Sinú hay 12 mil hectáreas de mangle, una zona rica en pesca, camarón, moluscos y langostas. Además, les explicó que el mangle tiene una importancia científica, ecológica, recreacional, social y económica, y de esa manera llegaron a un acuerdo con 200 miembros de la comunidad. Hicieron un inventario y a partir de entonces se otorgan permisos de aprovechamiento forestal con un plan de manejo de la explotación de la madera, estableciendo una zona de reserva, es decir no todos los manglares pueden ser aprovechados. Y la explotación se hace de acuerdo con la productividad del bosque y no por la necesidad de los 400 o 500 mangleros, que generalmente lo usan para construcción de vivienda y para cocinar, pero ya comienzan a conocer también que puede tener otros aprovechamientos, pues en su corteza hay taninos.
Con esta experiencia 18 cazadores de cocodrilo comenzaron tímidamente el plan de incubación. Los primeros en acercarse al biólogo de la CVS en el año 2002 fueron José Gabriel Pache y los hermanos Habib y Benjamín Blanquiceth. La firma Agrosoledad, del exministro José Vicente Mogollón, apoyó el proyecto de incubación. La otra lucha.
Pero fue una lucha convencer a los otros compañeros, porque el proyecto era a mediano o largo plazo, y la mayoría derivaba su sustento y los de su familia de la cacería del caimán. En el año 2006 se consolidaron como una asociación conservacionista y aunque arrancaron 18 hoy se mantienen 16 activos. Son apicultores y esperan que cuando la población de caimanes y cocodrilos haya crecido suficientemente, puedan hacer, como en el caso del mangle, un aprovechamiento sostenible.
La mayoría vive hoy de la pesca y la agricultura, producen miel y manejan dos especies: el caimán y cocodrilus acutus, conocido también como el caimán aguja del Magdalena. También son guías turísticos, transportan a los turistas en recorridos guiados por los manglares. "Cambiamos nuestra mentalidad de depredadores".
Este proyecto fue merecedor del Premio Nacional Fundación Natura a la Conservación de la Biodiversidad Gloria Valencia de Castaño. En el mundo hay 23 especie de cocodrilo, de las cuales en Colombia hay seis, una más que en Brasil. Hoy, si el ministerio encuentra caimanes de la bahía de Cispatá en los zoocriaderos, les hace una prueba genética.
Asocaimán y la CVS trabajan conjuntamente en la conservación del caimán y del cocodrilus acutus, y en los últimos años han sembrado en la desembocadura del Sinú, en las ciénagas, caños y manglares, más de 4.500 lagartos. Dejaron de ser cazadores y depredadores a conservacionistas, son los guardianes del Caimán del Sinú.
Bibliografía
http://www.semana.com/nacion/articulo/los-hoy-defensores-del-caiman-sinuano-eran-mas-temibles-cazadores/258812-3
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